Payasa délfica

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El enigma de la incertidumbre

Saturday, July 24, 2010

La nacionalización del restaurante del Corte Inglés

Hace unos días, en pleno mes de agosto y con el termómetro de la puerta marcando 42º (300 metros más alante marcaba 39º, debe ser la sensación térmica diferida) decidí comer en el Restaurante del Corte Inglés.

Éramos 2 personas, y dado que hacía un calor insoportable (algún punto entre los 39 y los 42 grados) tomamos la determinación de refugiarnos en algún lugar con un aire acondicionado solvente. Así que subimos a la tercera planta confiados en disfrutar de una comida tranquila y agradable.

La última vez que estuve en el Restaurante del Corte Inglés fue hace unos 4 años (en el del antiguo Galerías Preciados he estado en varias ocasiones, y siempre se ha mantenido en sintonía con lo que uno espera), y recuerdo que no había mucha gente, el servicio era muy profesional, hacía un frío que pelaba (cosa que valoro enormemente, el frío es elegante y el calor es marginal) y el sandwich mixto/cola cola que pedí me duró hora y media, en charla distendida y buena compañía.

Tan buena o mejor era la compañía esta vez (mejor, era decididamente mejor!). Sin embargo, lo demás era peor. Decidamente peor.

Entramos. Yo fumo, mi acompañante no. Vemos que solo hay 4 mesas ocupadas en la zona reservada para fumadores, así que la primera decisión es meternos en el cubículo. Asomo el hocico a la cuadra reservada para los fumadores (agitadores marginados por una sociedad libre de humos, de molestias y de tolerancia), y salgo escaldado. Hay un hedor a humo de tabaco incapaz de ser aguantado, ni siquiera por un fumador como yo. Es inconcebible que 7 personas formen tal humareda, pero sí, está ocurriendo. Imposible comer en ese ambiente.

Así que damos media vuelta y nos dirigimos a la sala de la gente normal. Hay tres cuartos de entrada, que para ser 17 de julio me parece mucha gente. Niños corriendo por la sala, barrigones en bermudas, mujeronas ceñidísimas con enormes pendientes de aro...

Nos sentamos en una mesa, casi al final, en la parte derecha. Nos traen la carta, y vemos que hay menú. Aunque el risotto me pone, nos decidimos por no calentarnos mucho los cascos y pedimos dos menús. Al poco llega el camarero con una fuente de pan infame (no es que estuviera duro, es que estaba reblandecido, descongelado varias veces y puesto a calentar a última hora en microondas). Y junto al camarero se sienta en la mesa de al lado una familia con abuela made in Spain, marido, mujer, 3 hijos - de puta - escandalosísimos y maleducadísimos y un sujeto difícil de ubicar con pinta de consejero matrimonial, o Inspector de Hacienda. En la otra parte tenemos a un tipo famélico comiendo solo, y preguntando al camarero si le puede hacer un poco de pisto. Y para cerrar el círculo en que nos encontramos tenemos en la mesa pegada a la pared a una veinteañera folclórica (una mezcla de Charo Reina y Beyoncé) con la que debe ser su madre (también folclórica, pero en este caso tendente a la mezcla de Lolita y Oprah Winfrey).

Con semejante fauna alrededor la comida es lo de menos. Un gazpacho insípido y de ínfimos tropezones (solo faltaba la lombarda para darle tono violeta y macabro), y un salmón a la bilbaína riquísimo...en grasas saturadas y aceite requemado. Y de postre unas natillas sin galleta ni canela.

Y con eso, lo peor de todo es el ambiente a taberna analfabeta y vulgar.

Los niños gritando al padre que quieren un polo y una nube, la mamá limpiándose los restos de paella de verduras con la manga de la camisa, el consejero matrimonial y/o inspector de hacienda hablando sin parar con las paredes, porque el padre está más pendiente de pedir a gritos la cuenta que de su charla.

El famélico metiéndose el dedo en la nariz (tiene meñique de alfiler y le cabe entero, me temo que en cualquier momento le sale por el ojo) y maldiciendo que no tuvieran pisto.

La folclórica pequeña dando golpes en la mesa y palmadas (una versión calé del We will rock you), soñando con ser algún día la vocalista de Camela. La folclórica grande hablando por el móvil con el altavoz puesto con un tío al que ha debido despertar de la siesta porque está muy mosqueado por el tono y le dice que le deje en paz).

La próxima vez iremos al Burger King. Ni punto de comparación.

* Nacionalización: Proceso en virtud del cual los usuarios del Restaurante del Corte Inglés se han banalizado y vulgarizado de tal manera en los últimos años que la esencia misma de Belen Esteban ha invadido sus cuerpos y mentes, hasta el punto de convertir un sitio pacífico y elegante en taberna de mercaderes (sin el encanto de las tabernas de toda la vida ni el arraigo de los viejos mercaderes).

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