A riesgo de perder alguno de los (fieles, je!) lectores del blog (que diría se pueden contar con los dedos de la mano de Gollum) me veo en la necesidad de mostrar la importancia de los nombres propios, y su decisiva implicación como vínculo letal en la personalidad del sujet@ portador.
Tengo fijación con ciertos nombres femeninos. Me apasionan. Y esa pasión tiene una explicación/demostración empírica.
Mis nombres fetiche tienen un triple origen:
-
Nombres eslavos. Desprenden elegancia, morbo y misterio.
Desde Rusia con amor (
Irina, Ekaterina, Svetlana - Sveta -, Dasha, Oksana Y Vanda) Desde Serbia con nostalgia (
Jelena, Dusica, Vesna, Jasna, Sanja y Vanja).
-
Nombres vascos. Al margen del físico de las vascas (digamos que no son el Top 5 de la belleza nacional), me ponen.
Iratxe, Eider, Edurne, Jasone, Eztizen y Leire.
-
Nombres que invitan al contacto:
Beatriz, Alicia, (H)Elena, Elba, Rebeca, Adriana, Mónica, Celia, Lucía, Soledad y Marta. No olvidemos a la macedonia
Berenice y a la ninfa
Liriope.
Hay nombres, por contra,
asociados a la mediocridad:
Leonor, Adela, Dolores, Mercedes, Mari Cruz, Teresa, Caridad, Begoña, Sara, Puri/ficación, Samantha, Jennifer y Vanessa (estos 3 últimos, por cierto, asociados a una promiscuidad feroz). Me dejo los nombres reservados a las empleadas de hogar, y que solo ellas deberían tener el honor de llevar (
Pepi/ta, Paqui/ta, Encarna/ita y Juana/ita). Son nombres que indefectiblemente llevan a una vida tediosa. A una monotonía radiante que alumbra a nuestras intrépidas Paquitas.
Llamarse Puri (y demás nombre descritos) es una condena. Una Puri de la vida se casa joven, no destaca en nada en particular y en sus vacaciones trabaja más (escuadrón de frustradas amas de casa) que durante su período laboral. No tiene inquietudes culturales relevantes, y si viaja lo hace a menos de 3000 kilómetros de su casa y siempre en viajes organizados. Es una amante del orden.
Una Adela cualquiera nunca hará un comentario chispeante. Jamás haría puenting o parapente. Su hazaña más locuela es plantearse si ver una película en versión original (subtitulada, claro). A Adela le encantan Los Puentes de Madison, y abominaría Sospechosos habituales, o El puente sobre el río Kwai.
Son grises. Ni suman ni restan. Mentalmente débiles y poco agraciadas. En realidad, lo que me solivianta de las Pepitas, Dolores, Mari Cruces y Samanthas es que me aburren. Ni en un universo nocturno JotaBediense alguien inquieto aguantaría más de 15 minutos de charla con ninguna de ellas.
En el otro extremo, Beatriz y Cía. He de reconocer que este grupo tiene mucho ganado con sus nombres, y no les hace falta mucho más para interesarme (Sí, soy habitante de Frivolizalandia en materia de nombres).
Una Soledad pecosilla, menuda y de nariz respingona es mi ideal de virtud.
Una Beatriz de sonrisa pícara y notables altibajos emocionales tiene un encanto infinito (esas geniecillas incapaces de canalizar de manera racional su energía).
De esas que nunca sabes por donde te van a salir, que te sorprenden constantemente. Que no sabes si va o viene, si la quieres o la odias.
Lo que me encandila de Lucías, Adrianas y Rebecas (y demás nombres citados) es su carácter. Contradictorias, apasionantes, sagaces y divertidas.
En fin, estimad@s:
Mi mujer ideal sería una Eztizen, una Vanja, una Helena, una Marta o una Elba.
Y jamás, jamás, jamás me veré involucrado en una relación de cierta intensidad con Vannesa, Mercedes, Caridad o Paquita.
De los apellidos ya hablamos, que tambien tienen telita.
(Poned una Elena en vuestra vida - A Jelena os la pongo yo -, y fuera Saritas).